Autonomía Obrera, una alternativa. felipe agudo CUADERNOS EDICIONES PAIDEIA ÍNDICE LA AUTONOMÍA OBRERA COMO ALTERNATIVA REVOLUCIONARIA EL EJE DE LA ALTERNATIVA AUTONOMISTA: LA CONS-TITUCIÓN DE LOS TRABAJADORES COMO CLASE EN SUJETO REVOLUCIONARIO II. LA ALTERNATIVA PRACTICA DE LA AUTONOMÍA OBRE- RA III. LA ALTERNATIVA ORGANIZATIVA DE LA AUTONOMÍA OBRERA IV LA ALTERNATIVA TEÓRICA DE LA AUTONOMÍA OBRE- RA LA AUTONOMÍA OBRERA COMO ALTERNATIVA SOCIALISTA I. LA ESENCIA DE LA DOMINACIÓN CAPITALISTA 15 a) La explotación del hombre por el hombre en el trabajo 16 b) La opresión del hombre por el hombre en la vida pública 17 c) La alienación de la subjetividad 19 II LA LUCHA CONTRA EL PODER DE LA BURGUESÍA . 20 a) La reducción «política» de la lucha de clases . . 20 b) Limitaciones fundamentales de la estrategia marxiste de transición al socialismo 21 c) Condiciones sociales y políticas para la transición al socialismo . .. 24 LA AUTONOMIA OBRERA COMO ALTERNATIVA REVOLUCIONARIA La autonomía obrera, como alternativa revolucionaria, supone un planteamiento radicalmente nuevo en todos los campos de la lucha emancipadora, desde el teórico al práctico y ai organi-zativo. Planteamiento nuevo que, respetando y asumiendo la historia del Movimiento Obrero y sus logros teóricos y organi-zativos más decisivos, asume, desde una perspectiva integral, los nuevos campos de lucha que el desarrollo del capitalismo y la lucha de clases abren. Con el presente texto se pretende desa-rrollar, esquemáticamente, esa interpretación de ia alternativa da futuro en el Movimiento Obrero. 1 EL EJE DE LA ALTERNATIVA AUTONOMISTA: LA CONSTITUCIÓN DE LOS TRABAJADORES COMO CLASE EN SUJETO REVOLUCIONARIO La Historia del Movimiento Obrero muestra claramente cómo, hasta ahora, la revolución social ha sido siempre derrotada por unos u otros medios. A veces lo ha sido por los enemigos de clase de los trabajadores, las clases dominantes: caso de las revo-luciones de 1848, de la Comuna. Otras veces lo ha sido por enemi-gos internos de la propia clase, el reformismo, el vanguardismo, la propia incapacidad obrera: URSS, revolución de consejos en Alemania, Italia, revolución española... De esta permanente derrota de la clase obrera entresacamos dos datos decisivos: a) Los trabajadores, en los momentos revolucionarios, en las ofensivas grandes de lucha, se autoorganizan como clase en co-munas, soviets, consejos, colectividades, siguiendo siempre los criterios de la democracia directa y consejista. Esta autoorganiza-ción de los trabajadores no se queda en ello, sino que, en tanto clase organizada, se sabe con poder, se cabe capaz de transformar la sociedad, y se constituye en organización de poder revolucio-nario de clase, rebasando los marcos estrictos de las reivindica-ciones económicas o sociales para buscar, de un modo integral, la liberación total de los hombres. Esta autoorganización revolucionaria de los trabajadores, inte-gradora y unificadora de todos los frentes de lucha (económico, político...), en busca de la emancipación total del hombre, es lo que entendernos como autonomía de clase. Situados en esta perspectiva, la autonomía obrera es una prác-tica histórica de la propia clase. Una práctica espontánea, natural, objetiva, exigida por la situación, condiciones y necesidades de los trabajadores en la sociedad capitalista. b) Sin embargo, la autonomía de la clase ha sido histórica-mente derrotada. Y lo ha sido porque la clase obrera no ha estado en condiciones de defender e impulsar su propia práctica autónoma más allá de una primaria espontaneidad revolucionaria. El caso de los soviets en 1917 es el más claro de todos. Los trabajadores sovietizan la sociedad, pero su impulso es manipulado por los bolcheviques, que, situándose en la cresta de la ola revolucionaria, asimilan el movimiento, orientándolo según sus intereses especí-ficos. El hecho de la derrota de la autonomía de clase se repite en muchos otros similares momentos revolucionarios: machacada por la burguesía (Comuna), por organizaciones vanguardistas (Rusia 1917) o por los reformistas (consejos de Alemania, Revolución Española). Siempre se echa en falta el elemento político-social que sea capaz de afrontar los intentos manipuladores de la autonomía de clase, que sepa defender la autoorganización e impulsarla Los trabajadores, dominados a todos los niveles bajo el capitalismo, irrumpen en un momento revolucionario con una espontaneidad autonomista, pero con unos niveles de inmediatez tales que son controlados por las formaciones sindicales y políticas, más prepa-radas. Se hace necesario un polo interno a la propia clase que. rechazando todo protagonismo por su parte, toda veleidad dirigista o sustituista de los trabajadores, sepa en cambio aportar a la clase en lucha los instrumentos necesarios para trascender su propia inmediatez, para dar el salto, por su propio impulso, a la revolución Lo que en definitiva esa organización aportaría a la clase en lucha no sería más que la propia memoria histórica de la clase, destruida por el capital y el reformismo. Aportaría la experiencia de la lucha de clases concretada en instrumentos de acción, orga-nización y análisis, buscando la asunción del protagonismo total de la clase en el proceso revolucionario, para lo que es necesario algo más que desesperación y espontaneidad revolucionaria. El proletariado (conjunto de los trabajadores) no es, bajo el capitalismo, sujeto revolucionario, manipulado como está a todos los niveles. En los momentos revolucionarios aparece como sujeto revolucionario espontáneo, fácilmente dominable tras las primeras ofensivas. La constitución del proletariado en sujeto revolucionario efectivo es una tarea a hacer, en la que tenemos un papel impor-tante a jugar aquellos que vemos clara la perspectiva. En esta tarea, los revolucionarios conscientes tienen que aportar a la espon-taneidad revolucionaria de la clase obrera su propia memoria his-tórica. Conjuntados ambos factores, se posibilita la constitución del proletariado en sujeto revolucionario efectivo. Desde esta perspectiva, la autonomía obrera es una alternativa política que se plantea como objetivo central la aglutinación de los militantes que entienden su papel no como vanguardia dirigista de la clase, sino como luchadores por la autoconstrucción del prole-tariado en sujeto revolucionario. II. LA ALTERNATIVA PRACTICA DE LA AUTONOMÍA OBRERA Desde esta perspectiva, construir la autonomía de la clase su-pone: a) Como alternativa organizativa para la clase en cuanto tal, la defensa y potenciación de la Asamblea como eje de la auto- organización popular a todos los niveles (fábrica, barrio, centro educativo...). La Asamblea es el lugar central de debate y decisión de los trabajadores, que, para existir como real Asamblea decisoria -- no sólo como caja de resonancia de partidos o sindicatos-, permanente y madura, debe estar completada con instrumentos de trabajo cotidianos que preparen la Asamblea, y ejecuten sus decisiones: comisiones de trabajo, asambleas parciales, prensa propia, consejo de delegados, etc. Todos estos instrumentos y órganos funcionarán siempre según los criterios de la democracia directa y consejista: comisiones técnicas de trabajo, delegados revocables y mandatarios, etc. Asimismo, la autonimia asamblearia exige que la propia Asam-blea no se ponga techos ni límites a sí misma, ya sean éstos de índole económica, política, cultural, etc. La Asamblea debe ir bus-cando el afrontar y dar respuesta, desde ella misma y a través de sus órganos, a todos los problemas que exige la liberación integral del hombre, desde la lucha contra la explotación a la lucha contra la opresión, contra la alienación, etc. No tiene techo político o cultural, ni tampoco busca el fraccionamiento orgánico entre lo económico y lo político. Se trata de una lucha revolucionaria integral contra la domina-ción integral del trabajador en la sociedad capitalista. b) Como criterios políticos de base: — La lucha contra el vanguardismo de las organizaciones de clase. Negarse y combatir las alternativas de los partidos y sindica-tos que intentan una organización ideológica de la clase, sustituista de la organización integral. — Lucha contra la parcelación partido/sindicato que fuerza a la clase obrera a sindicarse en una organización economista y reformista, el sindicato, dirigido estratégicamente por el partido. La clase obrera, como conjunto, queda así permanentemente some-tida a una limitación fundamental delegar en una organización externa (el partido) la dirección de su propia práctica, que queda así alienada y condenada al reformismo. — Lucha contra el reformismo de los sindicatos (que, dentro del sistema capitalista, se quedan en la defensa del valor de cambio de la fuerza de trabajo sin cuestionarse su superación) y de los partidos (que se convierten en alternativas administradoras de las crisis del sistema y racionalizadoras de su propio desarrollo, sin plantear tampoco la revolución social). Partidos y sindicatos se han convertido en las organizaciones corporativistas de la clase obrera en el sistema capitalista. Son intereses estratégicos de los trabajadores como parte o «cuerpo» de la propia sociedad burguesa, a la que aceptan como mercado de intereses. — Lucha contra la vertícalización jerárquica y el autoritarismo de la sociedad. El autoritarismo, como criterio de organización, es esencial a toda sociedad de dominación del hombre por el hombre. El autori-tarismo niega el comunismo, en tanto éste exige el protagonismo de la colectividad como sujeto de decisión, mientras aquél sitúa el centro de decisión en la minoría, que por ello mismo se convierte en dominante del conjunto. El autoritarismo y la jerarquización se muestran no sólo en la fábrica y en la vida política, sino también en la llamada «vida privada», y se reproduce en las organizaciones reformistas y van-guardistas, que niegan así su pretendido carácter socialista o co-munista, a veces incluso libertario. La lucha por la autonomía obrera es una lucha libertaria. Liber-taria en el sentido de que es una tarea que se funda en la construc-ción de una sociedad realmente libre y en el sentido de que esa misma tarea se hace también en libertad. La libertad la entendemos como el clima social, político, cultural, que permite que una colectividad sea protagonista de su destino a todos los niveles. Una colectividad, pues, que se autoorganiza según los criterios de la democracia directa y consejista; una colectividad que organiza el trabajo y cubre sus necesidades según los principios del comunismo («de cada uno según sus posibili-dades y reciba cada cual según sus necesidades»); una colectividad integral en el enfoque y solución de los problemas, potenciadora de la realización del individuo al par que de la colectividad. Libertad, por tanto, que no es individualismo ni pasotismo. Libertad. por tanto, que no es patrimonio de ninguna corriente ideológica del movimiento obrero. La libertad no es anarquista ni marxista. La libertad es comunista. Y se puede ser comunista y libertario siendo anarquista así como siendo marxista, siempre que se superen el dogmatismo y el mecanicismo que unos y otros muestran en muchas ocasiones. Aunque quizá hoy, ser libertario sea algo distinto de ser exclusivamente anarquista o marxista, según han quedado históricamente configurados, sin negar absolutamente uno ni otro, sino asumiendo-superando ambos dialécticamente. c) Como tareas concretas en la actual coyuntura: El capital ha emprendido con éxito una ofensiva de reestruc-turación en el terreno económico y político, como plataforma para superar la crisis de acumulación y de formas de dominación que ha sufrido en los últimos años, tanto a escala internacional como en la propia España. La reestructuración y la superación de la crisis de formas de dominación de clase está siendo posible merced al pacto social firmado por las organizaciones corporativistas de la sociedad burguesa (reformismo del capital, reformismo obrero). En este marco, las tareas inmediatas que exige el desarrollo de la autonomía obrera son: · Desestabilizar lo más radicalmente posible el pacto social; intentar superar en todas las dimensiones posibles los límites del Pacto de la Moncloa. • Afirmar las Asambleas; negarse a asumir los comités de em-presa y forzar la elección de comisiones de negociación o de trabajo en la propia Asamblea. • Desarrollar en las empresas, barrios, centros educativos, prensa alternativa de información; pero prensa no sólo informativa y reivindicativa, sino también cultural y libertaria. • Contestar continuamente las propuestas de representación autoritaria: elecciones parlamentarias, municipales, sindicales... • Desarrollar nuevos métodos de lucha: autorreducciones orga-nizadas, lucha ecologista y antinuclear, contra la marginación en cualquiera de sus dimensiones, contra el paro. • Contra la opresión y represión. Desarrollar la información y la solidaridad con los represaliados y reprimidos a todos los niveles: despidos, detenidos, apaleados... • Apoyo a la juventud, zona periférica de la explotación capi-talista no asimilada aún plenamente por el sistema. La juventud que se muestra muy contestaría del sistema, aunque en muchas ocasiones de forma individualista y pasotista. Sin embargo, en la juventud está potencialmente una buena parte de las posibilidades de abrir una nueva ofensiva emancipadora. • Coordinar, integrar, globalizar lo más posible todas las inicia-tivas y luchas que salten. La autonomía no es dispersión, localismo, espontaneísmo radical, como algunos intentan defender. La autono-mía es lucha libertaria eficaz. La libertad y la eficacia no tienen por qué estar reñidas, y si lo están peligran el futuro y la globalidad de la una y la otra. • III. LA ALTERNATIVA ORGANIZATIVA DE LA AUTONOMÍA OBRERA Hemos hablado de la organización de la autonomía obrera a nivel de la propia clase. Ahora nos interesa desarrollar algunos aspectos de la organización de los militantes por la autonomía de la clase. A la base de todo el planteamiento está el principio de que una organización militante tiene que regirse por los mismos crite-rios que quiere ver implantados en la sociedad que pretende, en este caso la sociedad comunista y libertaria. No se puede proyectar socialmente algo que no se practica. Si las relaciones militantes en una organización son comunistas y libertarias, ese mismo carác-ter tendrá lo que esa organización promueva socialmente. No puede promover la Asamblea una organización no asamblearia (caería inmediatamente en la verticalización y manipulación de la Asam-blea), como no puede promover la democracia directa en las orga-nizaciones de la clase una fracción organizada de ella que no se rija por esos mismos criterios. Por ello la organización de los militantes por la autonomía obrera deberá tener las siguientes características: 1. Negarse a construirse en vanguardia dirigista y sustituista de la ciase bajo ningún concepto ni en ninguna dimensión. El carácter de la organización es el de instrumento militante para la constitución del proletariado en sujeto revolucionario. 2. Regirse internamente por los criterios de la democracia «asamblearía». a) La Asamblea frecuente como eje de debate y decisión. b) La constitución de comisiones de trabajo elegidas y revoca-bles por la Asamblea para cubrir funciones coyunturales o perma-nentes. c) Los Consejos de Delegados o asambleas de delegados como órganos de coordinación de unidades locales o sectoriales. Dele-gados con el carácter de mandatarios y revocables. d) La Asamblea general o de delegados, como órgano unifi-cador de las lineas de intervención, de la estrategia y de las carac-terísticas de la organización Unificación necesariamente vinculante para todos los que participan en el proceso democrático de toma de decisiones. 3. Centrar la base organizativa no sólo en la Asamblea, sino paralelamente en unidades más pequeñas de debate, acción y solidaridad inmediata comités, equipos 4. Afrontar la problemática global de les hombres en sociedad buscando respuestas integrables. Así, afrontar Ios problemas «eco-nómicos» (desde la carencia de bienes de uso y consumo hasta la codificación en el trabajo), Ios sociales y políticos, desde la marginación social hasta la opresión, represión a instrumentaliza-ción política), los «culturales» (desde las reivindicaciones de ins-trucción no autoritaria hasta la capacitación estética, el derecho al ocio...). Afrontar también, paralelamente a esos frentes clásicos, la liberación de la cotidianidad, el desarrollo pleno de la subjetividad, de la identidad personal, desde un afrontamiento libre e integral de la sexualidad hasta la comunicación y la solidaridad interper-sonales. La liberación integral del hombre en sociedad habrá de hacerse desde una organización igualmente integral que no separe vida pública/vida privada ni lucha económica/política/cultural. Que no los separe no sólo a nivel de principios y de intenciones subjetivas, sino que incluso los integre a nivel organizativo. La organización integral de militantes por la autonomía de clase debe afrontar sin parcelar, unitariamente y desde ella misma, tanto la lucha econó-mica como la política y la de construcción de la conciencia socia-lista de clase. Lo que no implica, por otra parte, que no se afronte la diversidad de frentes. A ello debe responder la organización integral con sectores (empresas, barrios...). Pero estos sectores no se autonomizan convirtiéndose en sindicatos o partidos, sino que tienen una autonomía relativa, dependiendo de la Asamblea general que unifica las líneas de trabajo a todos los niveles. Por otra parte, la organización integral tiene que buscar puntos de encuentro militante y vital a nivel intersectorial más allá de los propios instru-mentos de lucha estructural. IV. LA ALTERNATÍVA TEORICA DE LA AUTONOMÍA OBRERA La autonomía de clase es una alternativa revolucionaria que se desarrolla no sólo en el ámbito de la práctica o de la organiza-ción. Paralelamente exige un desarrollo de la teoría. Teoría y prac-tica se necesitan profundamente. No hay novedad real a nivel de práctica si no la acompaña una novedad paralela a nivel de teoría y viceversa. Asi, por ejemplo, cuando CC. 00. hace protestas asam-blearias, sin haber sufrido ninguna transformación teórica y organi-zativa, no desarrolla más que un puro oportunismo con el que pretende «recuperar» el movimiento asambleario que se le iba de las manos. Las alternativas revolucionarias o lo son a todos los niveles, o no son más que oportunismos y repeticiones de fondo, aunque con cambios de fachada, de los viejos planteamientos. La autonomía de clase es una alternativa que se construye al hilo de la práctica asamblearia anticapitalista de la propia clase en lucha. Pero puede construirse como tal alternativa precisamente porque esa práctica se reflexiona a la luz de un método, de una historia de la lucha de clases, de una experiencia, que a su vez también han sido puestos en la picota crítica, exigido por el propio carácter de las luchas. En este proceso teórico-práctico, las teorías revolucionarias clásicas se han ido mostrando, cada vez con más claridad, como insuficientes y, a veces, inclusive como contrarrevolucionarias. El marxismo se va anquilosado en una interpretación mecanicista. hegemonizado por organizaciones socialdemócratas, vanguardistas y burocráticas. El anarquismo ha sido impotente socialmente para construir una alternativa real al sistema, bloqueado por el antipo-liticismo dogmático y por toda una serie de insuficiencias teóricas y organizativas. Tanto el marxismo como el anarquismo según se reflejan en sus organizaciones históricas, e incluso en sus textos originarios, no sirven ya como alternativas revolucionarias, si se pretende tomar el uno o el otro al pie de la letra y en su integridad con exclusión de toda otra aportación que no esté en su propia tradición teórica y organizativa. Tanto el marxismo como el anarquismo son teorías revolucio-narias que surgen en un momento histórico determinado (segunda mitad del s. XIX) y en unas formaciones sociales concretas (Alema-nia, Francia, Inglaterra —marxismo—, Rusia, Italia, España —anar-quismo—). Las tendencias y corrientes diversas en el seno de ambos son aplicaciones concretas a formaciones sociales especi-ficas: leninismo (Rusia, primeros del s. XX): maoísmo (China, me-diados s. XX), castrismo (Cuba, años 60, s. XX). Otro tanto podria decirse del anarquismo. Si reflexionamos despacio sobre estos datos a la luz de una teoría materialista de las ideas, hemos de caer en la cuenta que intentar aplicar en España-1978 una alternativa revolucionaria sur-gida en otra época y en una formación social distinta, y más si se pretende hacerlo en su integridad, es un grave idealismo. Cada época y cada sociedad necesitan un planteamiento específico de la tarea revolucionaria. No existen doctrinas infalibles sobre la sociedad, el hombre y la revolución. Existen doctrinas concretas surgidas desde y para formaciones sociales específicas. Entender cualquiera de estas alternativas como «concreta» para siempre es un grave idealismo, en el que no debemos caer. Hoy y aquí hemos de partir de nuestra propia reflexión sobre las luchas actuales, a la luz, por supuesto, de la historia, a fin de desarrollar la alternativa revolucionaria que el proletariado necesita hoy y aquí, alternativa que, de entrada, no podrá ser otra vez cerrada y dogmática. Sin embargo, si bien esto es cierto, no lo es menos que la alternativa revolucionaria que hoy hay que ir construyendo, y espe-cialmente en lo teórico, no puede hacer tabla rasa de la historia del movimiento obrero, como si nada hubiese sucedido o como si no hubiese habido aportación teórica alguna de importancia. La nueva alternativa ha de construirse sobre el doble pie del análisis de las circunstancias y necesidades del hoy y aquí, y de la asunción dialéctica de la propia historia del movimiento obrero. La asunción de la historia del movimiento obrero es necesaria por dos motivos esenciales. 1.° La historia del movimiento obrero es la propia experiencia de la lucha emancipadora del proletariado; el progreso se construye sobre la historia asumida. Los trabajadores necesitamos la memoria de nuestras iniciativas, de nuestras luchas, de nuestros errores y aciertos del pasado, para, sobre todo ello, construir la alternativa de futuro. 2.° Es cierto que las aportaciones teóricas que se han hecho en la historia del movimiento obrero lo han sido desde y para co-yunturas sociales temporales determinadas. Pero también es cierto que el capitalismo es un modo de producción que, aunque con variaciones sustanciales de país a país y de época a época, mantiene unas ciertas «invariantes» de base que en lo esencial permanecen en todas las formaciones sociales que él hegemoniza: trabajo asala-riado, estado de clase específico... Estas «invariantes del sistema» motivan igualmente ciertas «invariantes revolucionarias», en buena medida descubiertas y analizadas por las organizaciones y los teóricos y publicistas del movimiento obrero. Este hecho nos releva de la tarea de rehacer hoy aquellos análisis que permitieron mostrar las «invariantes». Habrá que reasu-mir aquellas aportaciones, releyendo la historia del movimiento obrero, sus textos decisivos y sus organizaciones más creadoras. Habrá que espigar en todo ese legado buscando distinguir lo que realmente son aciertos a niveles de «invariantes» de lo que son datos coyunturales, e incluso incrustaciones ideológicas esto hay que hacerlo con Marx y los diversos marxismos. Sin doctrinarismos, pero también sin prejuicios, como también hay que hacerlo con los diversos anarquismos, El grueso de lo que habrá que asumir de Marx y los marxismos estará, probablemente, a nivel de método de trabajo y a nivel de determinados pasos del materialismo histó-rico, especialmente en la economía política y aspectos de la teoría política. Lo fundamental a asumir del anarquismo estará, también probablemente, en aspectos de la crítica a la sociedad burguesa y, sobre todo, en el sentido libertario de toda su práctica y su proyecto social. Quizá una lectura libertaria de Marx (que no es lo mismo que el sincretismo o el eclecticismo de un pretendido marxismo liber-tario) podría ser un buen método para empezar. Aunque, desde luego, sin bloquearse en ello, sino con una total amplitud y libertad de miras. 2.a PARTE LA AUTONOMIA OBRERA COMO ALTERNATIVA SOCIALISTA En las páginas anteriores planteábamos las líneas teóricas, prácticas y organizativas que nos parecían fundamentales para el desarrollo de La autonomía obrera como alternativa revolucio-naria. Ahora vamos a intentar profundizar en un aspecto poco debatido y, por consiguiente, poco desarrollado en los medios revolucionarios en general y en los autonomistas en particular: las condiciones de base para que la alternativa revolucionaria de la autonomía obrera sea realmente una alternativa socialista y no reproduzca errores históricos. Vamos a reflexionar acerca de preguntas como éstas: ¿El so-cialismo es una cuestión a plantearse el día siguiente de la revolución o debe condicionar la tarea revolucionaria desde el principio? ¿Que es realmente el socialismo: un sistema político, un modo de producción, un tipo de relaciones sociales? ¿Cómo se «incuba» el socialismo bajo el capitalismo? Cuestiones viejas si se quiere, pero que hoy vuelven a planteársenos, una vez desbordados los planteamientos y las organizaciones clásicas por las nuevas necesidades de la revolución. I. LA ESENCIA DE LA DOMINACIÓN CAPITALISTA El sistema capitalista, como estructura de dominación del hom-bre sobre el hombre, se constituye sobre tres pilares fundamenta-les: la explotación de la fuerza de trabajo, la opresión y margina-ción social y política y la alienación ideológica de la subjetividad. Los análisis marxistas más mecanicistas hacen depender, en cade-na, unos niveles de los otros, colocando en el centro de la domi-nación capitalista la explotación económica, a partir de la cual se monta el sistema político de dominación (Estado, leyes...) y el ideológico de alianación (religión, moral, filosofías...) como justifi-cación de la situación económica y política de hecho. Sin embargo, cada vez está más claro que la dominación del hombre por el hombre no se materializa centralmente sólo en la explotación del trabajo, montándose a partir de ella las restantes instancias de la sociedad burguesa. La revolución fracasada —tan-tas veces y en tantos sitios— nos ha ido mostrando que la domina-ción burguesa se materializa como un todo inclusivo de la explo-tación-opresión-alienación al mismo nivel, apoyándose unas ins-tancias en las otras, haciéndose imposible y vano decir qué es primero: la explotación, la opresión o la alienación. Son las tres a la vez, aunque en determinadas coyunturas se muestre como determinante, o lo parezca, una de ellas, que no tiene que ser necesariamente, ni así lo ha sido históricamente siempre, la región de lo económico. La dominación del hombre por el hombre es un complejo articu-lado en el que juegan al mismo nivel factores de explotación, de opresión y de alienación, constituyendo un sistema global de domi-nación, del que sólo se pueden separar sus niveles para facilitar el análisis. Desde este punto de vista, el sistema capitalista es una glo-balidad constituida, en lo fundamental, por los factores de: a) Explotación del hombre por el hombre en el trabajo. En un sistema capitalista, el trabajador se ve forzado a vender su fuerza de trabajo por un salario. Él trabajador produce bienes de cuyo valor sólo recibe parte mediante el salario El resto —la plusvalía— se la apropia el capitalista individual o el Estado. El trabajador no decide qué parte de! valor ha de apropiarse o cuál ha de ceder para costear los servicios colectivos. El trabajador no decide horario de trabajo, ritmo, nivel de división del trabajo y su papel en ella, organización del trabajo, productividad, calidad del producto, etc. Sólo tiene que ejecutar las decisiones que la dirección le ordena. En el sistema capitalista, el trabajador es considerado solo en función de su calidad de fuerza de trabajo; no como ser humano susceptible de mil necesidades y poseedor de mil capacidades El trabajador es codificado en el mercado capitalista de la fuerza de trabajo, obligado a venderse como tal trabajador por un salario del que aún se le regatea parte. Ningún otro derecho reconoce el capital. Si el capitalismo se ha «humanizado» algo, no ha sido por propia generosidad, sino por la lucha de los propios trabaia-dores. b) La opresión del hombre por el hombre en la vida pública La sociedad capitalista está montada sobre los criterios de la autoridad individual y la jerarquía social, esenciales a todo el sis-tema de dominación. Sin jerarquización no es posible la explota-ción del hombre por el hombre. Y sin esta explotación la jerarqui-zación es superflua. El mismo proceso de trabajo es la empresa capitalista esta montado sobre unos esquemas autoritarios de organización en los que las decisiones de toda índole son tomadas en la cúspide jerárquica de la empresa (propietarios y ejecutivos) y se transmiten verticalmente hacia el simple trabajador. Una organización del trabajo no autoritaria no jerárquica supone una propiedad colec-tiva de los medios de producción y a la inversa. La sociedad en general reproduce a nivel ampliado las relacio-nes sociales de la empresa. La sociedad burguesa es una sociedad jerarquizada en la que el criterio de autoridad individual es el centro del aparato político y social. Aparato que refuerza y a la vez se alimenta de la propia explotación-opresión elemental que se da en el lugar de trabajo La sociedad de dominación estataliza un sistema de organiza-ción social limitativo —leyes, instituciones, costumbres...— desti-nadas a racionalizar y ordenar el hecho básico de la dominación. Se recubre además de un aparato represivo que debe salvaguardar el conjunto social. c) La alienación de la subjetividad. Las estructuras de dominación del hombre por el hombre se refuerzan y globalizan con el dominio de la conciencia de los individuos y las colectividades. La subjetividad se constituye en constraste con la realidad práctica que se vive. Una realidad de explotación y opresión con-duciría espontáneamente a una conciencia de incomodidad y de rebeldía. La forma de evitar esta tendencia espontánea consiste en eliminar las posibilidades de contraste crítico del trabajador con la realidad. Ello se consigue bloqueando los instrumentos de reflexión y conocimiento (cultura): analfabetismo social, idiotización colectiva, enseñanza acrítica y dogmática... En lugar de los resul-tados que los trabajadores obtendrían directamente por su propio contraste crítico con la realidad (conciencia revolucionaria), se les da ya elaborada una teorización ideológica —falsa por tanto aunque apoyada parcialmente en datos reales— de esa realidad (religión, moral burguesa, filosofías individualistas e idealistas...). Con ello se consigue que las masas trabajadoras tengan una sub-jetividad, a nivel particular y a nivel colectivo, a gusto de las clases dominates y según sus intereses. La «teoría» revolucionaria se supone debe romper este ciclo de dominación. Por ello el sistema actúa contra ella manipulándola, reprimiéndola, asimilándola. La posibilidad de ruptura del sistema de dominación capitalista está en la constitución de una subjeti-vidad revolucionaria que ponga en cuestión prácticamente las for-mas de explotación y opresión. Para que ello sea posible, la subje-tividad revolucionaria debe trascender el marco de la mera rebelión coyuntural y permanentizarse, lo cual exige estructuras estables de reflexión y práctica, es decir exige organización. Por otra parte, la teoría revolucionaria no puede reproducir, a su vez, el sistema ideológico capitalista, y no sólo en sus conte-nidos, sino también en el modo en que se plantea su «asunción» por las masas. Tradicionalmente, las organizaciones de clase han planteado la «concienciación» de los trabajadores según un esque-ma vanguardista tópico, consistente en «propagar» entre las masas la teoría del grupo, entendida dogmáticamente como acabada y «correcta», hasta su asunción por ellas. Sin embargo, este plantea-miento reproduce los mecanismos alienadores de la sociedad bur-guesa en tanto reinciden en un bloqueamiento del contraste directo y crítico de los trabajadores con la realidad, factor imprescindible para la constitución de la propia subjetividad. El planteamiento vanguardista de la «concienciación» supone, en la práctica, susti-tuir una ideología por otra como factor constituyente de la concien-cia social. II. LA LUCHA CONTRA EL PODER DE LA BURGUESIA LA REDUCCION «POLITICA» DE LA LUCHA DE CLASES El sistema capitalista de dominación es el conjunto de factores que fundan la explotación, la opresión, la alienación, considerados en su articulación como un todo. La dominación capitalista es un efecto de conjunto del sistema social burgués sobre los trabaja-dores. El poder de clase de la burguesía estriba precisamente en ese efecto de conjunto del sistema sobre los trabajadores. El Estado burgués es el aparato de poder de clase de la burguesía, la orga-nización de poder de clase de la burguesía: el instrumento que concreta, racionaliza, defiende y desarrolla el poder de las clases dominantes. Por ello, aunque el Estado capitalista no es todo el sistema capitalista, sí es su aparato de fuerza a nivel inmediato. Por ello la lucha contra la burguesía es necesariamente, en primera instan-cia, una lucha contra su Estado de clase. No para conquistarlo —lo que no es posible sin ser asimilado por el sistema—, sino para destruirlo. En este sentido es en el que hay que entender la lucha política de los trabajadores y su organización política. Frente al poder de clase de la burguesía, que se concreta en el Estado como su orga-nización de clase y su aparato de fuerza, los trabajadores hemos de construir nuestra propia organización de poder de clase que habrá de enfrentarse al Estado burgués en primera instancia, como nudo que es del sistema capitalista. Eso fue lo que descubrió Marx. Sin embargo, sus sucesores políticos lo han aplicado de una forma harto deficiente. No hace falta recordar la práctica socialdemócrata y comunista. Sus insu-ficiencias han estado, por un lado, en reducir el campo de la lucha de clases a la acción frente al aparato de Estado, autolimitando así el campo de la lucha de clases a lo estrictamente «político», o subordinando todos los demás frentes a éste. Por otra parte, la lucha contra el aparato de Estado, que originalmente se formulaba como lucha por su destrucción, se transforma en una tarea de «toma del poder», que supone la ocupación del propio aparato de Estado. Esta deformación de objetivos da origen a la estrategia electoralista y al reformismo en general. Para este proceso, desarrollado esencialmente en el campo marxista, existen datos en los propios textos marxianos que lo posibilitan: El propio Marx comprende y descubre el sistema capitalista como globalidad, que si bien cobra forma en lo político, «es» mucho más que lo político. Sin embargo, no extrae conclusiones prácticas coherentes con ello. La lucha contra el sistema capitalista tiene que hacerse construyendo una alternativa social global, inclu-siva de un proyecto de sociedad comunista que tiene que empezar a materializarse desde que la lucha empieza, aunque el «remate» revolucionario sea el enfrentamiento definitivo con el aparato de Estado de la burguesía, destruyéndolo, en lo que se puede deno-minar revolución política. El enfrentamiento de poderes de clase sólo es revolucionario (destrucción de una vieja sociedad/construc-ción de otra nueva) si al aparato de Estado se opone una organi-zación de clase socialista. Socialista no sólo en el programa, sino en su propia constitución y en su propia práctica. Ahí está la cues-tión. Una organización es socialista, es revolucionaria, si supone ya en la práctica la prefiguración de la nueva sociedad, si se rige por la democracia directa y consejista, si es anticapitalista en sus luchas, si es integral en el enfoque de su funcionamiento y sus tareas. LIMITACIONES FUNDAMENTALES DE LA ESTRATEGIA MARXISTA DE TRANSICIÓN AL SOCIALISMO Las formulaciones sobre el carácter y la estrategia de la tran-sición al socialismo han estado dominadas, en el campo marxista, por dos datos: 1° La transición se ha reducido a una cuestión de programa (estrategia, condiciones objetivas, acciones de fuerza...). 2.° El programa se ha construido sobre un hecho considerado básico en el materialismo histórico: para Marx, el salto de una sociedad a otra se da cuando las condiciones objetivas han madu-rado suficientemente; en el caso del paso del capitalismo al socia-lismo, cuando la contradicción entre fuerzas productivas y relacio-nes de producción exige la destrucción de! sistema capitalista y fuerza la implantación del socialismo. Las siguientes frases de Marx en el «Prefacio a la Contribución a la crítica de la Economía Política», son, en resumen, la base teórica de la estrategia de los partidos marxistas clásicos: «Durante el curso de su desarrollo, las fuerzas productivas de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existen-tes... Entonces se abre una era de revolución social... Una sociedad no desaparece nunca antes de que sean desarrolladas todas las fuerzas productivas que pueda contener, y las relaciones de pro-ducción nuevas y superiores no se sustituyen jamás en ella antes de que las condiciones materiales de existencia de esas relaciones hayan sido incubadas en el seno mismo de la vieja sociedad.» La cuestión del «programa» tiene evidentemente un papel en la tarea revolucionaria. Para construir el socialismo hay que saber qué hacer y cómo; hay que trazarse un plan de trabajo. Sin embar-go, el «programa» puede convertirse en un elemento paralizador de la lucha, más que en su racionalizador e impulsor, si se lo entiende de modo dogmático, si se fija, si se lo fetichiza, como ha ocurrido en no pocas organizaciones y corrientes del Movimiento Obrero. El «programa», además, no tiene sentido, como programa de tran-sición, más que cuando esa transición está cercana y se cuenta con una organización potente. Mientras eso no ocurra, entretenerse a de-tallar un programa de transición no deja de ser más que un ejer-cicio intelectual, o a lo más, un esfuerzo formativo que quizás tampoco haya que despreciar. Pero de ahí no debe pasar. Hoy, al nivel que estamos y con las fuerzas que tenemos, nos bastan unas líneas generales de intervención, amplias, elásticas, que con-tengan una fuerte dosis anticapitalista, que unifique la práctica de los militantes en sus ejes fundamentales y que permitan la creatividad de los grupos concretos de empresa, barrio y centro educativo. La estrategia revolucionaria se ha construido sobre el dato económico-filosófico, base del materialismo histórico, de la contra-dicción dialéctica fundamental fuerzas productivas/relaciones de producción, entre producción colectiva y apropiación privada, que funda el sistema de clases sociales y la propia lucha de clases. Según la interpretación más mecanicista de la formulación de Marx, el desarrollo de las fuerzas productivas aceleran la revolu-ción y la construcción del socialismo, en tanto agudiza la contra-dicción entre el trabajo colectivo y la apropiación privada. ¿Qué hacer, pues? desarrollar las fuerzas productivas. Esta es una de las bases teóricas del reformismo. Sin embargo, este análisis hace agua por muchos puntos aun-que el análisis de la citada contradicción en Marx tenga una base de certeza incuestionable. El error está en hacerlo base única, o fundamental, de la estrategia revolucionaria. ¿Por qué?: 1.° Porque no es la única contradicción fundamental del sis-tema capitalista, alrededor de la cual supuestamente se articulan otras contradicciones secundarias en las esferas de lo político, lo social, lo ideológico. Líneas atrás intentábamos expresar cómo hoy se nos muestra el sistema capitalista como un efecto de conjunto en el que no podemos fijar regiones determinantes en última ins-tancia (Althusser) o contradicciones principales y secundarias (Mao). Todo lo sustancial en el sistema capitalista es igualmente oprimidos jefes-subordinados, ideologia-masa etc en sus multi-pies formulaciones. La maduración del socialismo vendrá no solo cuando el nivel de producción este suficientemente socia-lizado» y la apropiación de bienes este altamente privatizada. sino también cuando eclosione la solidaridad de los oprimidos, la con-ciencia de los intereses revolucionarios de clase, las luchas libera-doras. Quizás entonces puede que ni siquiera sea necesario un alto nivel de madurez en la contradicción fuerzas productivas/relaciones de producción. La ruptura del sistema capitalista no es una cuestión sólo de desarrollo de las fuerzas productivas, sino de una contestación de sus formas de dominación en todos los ámbitos, planteada precisamente de forma global e integral. En ese marco, el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas es un factor más, que incluso puede no ser de los más decisivos para la ruptura revolu-cionaria. De hecho no lo fue así en Rusia, en España, en China o en Cuba. 2.° Por otra parte, cuando se habla de contradicción entre producción colectiva y apropiación privada, se comete un error conceptual de importancia. Bajo el capitalismo no existe una pro-ducción colectiva (en el sentido de planteada por la colectividad), que después se apropian por la fuerza cuatro mangantes. Si así fuese, evidentemente estaríamos en la antesala del socialismo. Es lo que ocurrió en el paso del feudalismo al capitalismo. En este caso, el capitalismo, como modo de producción, si estaba «incubando» y desarrollando bajo el sistema feudal y ello fue lo que posibilitó la destrucción de éste. Sin embargo, bajo el capitalismo, no se desarrolla el modo de producción socialista, porque no existe una producción autogestionada, socializada. Existe una división técnica del trabajo que obliga a coordinar unos trabajos con otros, pero eso no es producción «colectiva», sino «coordinación» de trabajo, que, además, no la hacen los propios trabajadores, sino que la organizan y la dirigen los capitalistas y sus ejecutivos. CONDICIONES SOCIALES Y POLITICAS PARA LA TRANSICIÓN AL SOCIALISMO Sin embargo, el situar la contradicción producción colectiva/ apropiación privada a la base del desarrollo estratégico, según hace el marxismo original, a pesar de las insuficiencias que destacá-bamos, no es una construcción teórica absolutamente falta de operatividad revolucionaria. Además de la carga de serio análisis económico y social que supone, como producto teórico que es el del materialismo histórico, y de la posibilidad de comprensión de tantos aspectos de la sociedad que nos abre, la formulación de dicha contradicción nos brinda dos pistas importantes a la hora de plantearnos qué es y cómo se plantea la «revolución» y el «socialismo». a) En primer lugar, nos cura de voluntarismo, atando las es-pectativas revolucionarias a su posible base social No se pueden construir castillos en el aire sin riesgo de caernos estrepitosamente. El socialismo necesita una base social. Necesita que «interese» a la gente, que sea algo inmediatamente comprensible a los traba-jadores. Desde este punto de vista, la división del trabajo fuerza a que cada cual nos veamos como parte de un proceso más global, en el que participamos pero del que no somos el centro ni el todo, sino parte, y parte insignificante además. Es inmediatamente comprensible, si se eliminan determinadas trabas ideológicas, la necesidad y la posibilidad de que ese proceso global del que somos parte esté gestionado por todos los partici-pantes, y que esté autogestionado en función de los intereses de todos (no sólo lo «económico», sino también el desarrollo integral de la personalidad individual y de la colectividad) y sobre la base del sentido de solidaridad de crear y desarrollar una empresa común. En este sentido, el desarrollo de las fuerzas productivas, en tanto desarrollo de la división del trabajo, crea una base objetiva para la aspiración al socialismo. Sin que por ello haya que pensar que es la «única» base objetiva del socialismo. La pequeña burguesía (artesanos, comerciantes, pequeños pro-pietarios, intelectuales...) es la capa social, de entre los no propie-tarios de medios de producción, que luchan con menos fuerza por el socialismo. Sus hábitos de trabajo son individuales y en buena medida autosuficientes. Ello hace que no entiendan el socia-lismo desde punto de vista de su trabajo de producción; aunque pueden llegar a luchar por él desde una perspectiva fundamental-mente subjetiva, solidaria, no menos importante y decisiva que la otra. Incluso muchas veces de forma más radical y generosa que el obrero de fábrica o el jornalero. b) En segundo lugar, la citada contradicción, y el materialismo histórico en general, nos abren a la comprensión de que el socia- lismo no es cuestión de borrón y cuenta nueva, que el socialismo no es cuestión de destruir un Estado y una sociedad de cuyas cenizas va a surgir al día siguiente una nueva sociedad autoges-tionada y socialista. El socialismo tiene que ser «incubado» bajo el capitalismo hasta alcanzar tal nivel de «madurez» que supefe su marco viejo y funde una nueva sociedad. Esta es una de tas aportaciones más impor-tantes que el método dielectico de análisis hace al desarrollo de la teoría revolucinaria. Nada es absolutamente nuevo en la historia; nada de lo que aparece explícitamente en la historia surge de la nada un día, sino que presupone una etapa de incubación-madu-ración. Esta aportación decisiva del método dialéctico a la comprensión del proceso revolucionario ha sido en cambio oscurecida por las aplicaciones restrictivas, mecanicistas y economistas que de ella se han hecho. La «incubación» del «socialismo» bajo el capitalismo no se puede reducir a la mera maduración de las fuerzas produc-tivas, corno ya hemos puesto de manifiesto. Es algo bastante más complejo. Plantear la incubación del socialismo bajo el capitalismo meramente a nivel de fuerzas productivas supone no sólo renunciar a la superación del capitalismo, sino incluso reforzarlo como siste-ma. No se le afronta radicalmente, sino que se le perfecciona y racionaliza, viéndose cada vez más lejos la revolución, lo que va a favorecer la desesperanza, el reformismo y el escapismo coope-rativista. Con el planteamiento de «al socialismo por el desarrollo de las fuerzas productivas» se olvida algo tan fundamental y tan sen-cillo como que, bajo el capitalismo, los medios de producción son de los capitalistas y que ellos organizan las fuerzas productivas. Hacer depender el socialismo del mero desarrollo de las fuerzas productivas es, por tanto, olvidar el socialismo y afirmar al propio capitalismo. La revolución, por el contrario, consiste en contestar el poder de los capitalistas en lo que hace a la gestión de las fuerzas productivas, arrebatándoselas y reorganizándolas desde la perspectiva de la autogestión. El socialismo es autogestión, democracia asamblearia, inte-gralidad en el desarrollo de la vida personal y de la colectividad; en definitiva, desarrollo de relaciones sociales comunistas. La «incubación» del socialismo, necesaria para el salto a la nueva sociedad, consistirá, pues, en el desarrollo de las relaciones comunistas entre los explotados y oprimidos, y no en el desarrollo de las fuerzas productivas, aunque puedan existir dependencias entre una y otra dimensión. En una sociedad de dominación del hombre por el hombre, el desarrollo de relaciones comunistas entre los explotados y opri-midos no es posible más que en el seno de una organización estable de ellos. Organización que, a diferencia de las clásicas del movimiento obrero, especialmente del campo marxista, tiene que estar planteada con el objetivo de posibilitar el desarrollo de las relaciones comunistas: democracia asamblearia, integridad de la vida y de la tarea revolucionaria, práctica cotidiana de lucha anticapitalista, desarrollo de ia solidaridad a todos los niveles. A su vez, creemos que queda también claro que las «relaciones socialistas» bajo el capitalismo no pueden quedar reducidas a unos principios éticos, a una revolución «cultural» sin más, a mero cambio de las personas. Las relaciones comunistas se construyen en el desarrollo de una organización socialista de los trabajadores, que incluye principios de solidaridad y de desarrollo de la persona, aunque en un marco distinto al de un humanismo idealista y peque-ño burgués. La tarea revolucionaria decisiva que hoy tenemos por delante es la de la construcción de la organización socialista que permita que sean los propios trabajadores los protagonistas de la revolu-ción, no los destinatarios de nuevas caridades salvadoras de van-guardias iluminadas, que al final no «salvan», sino que alienan más profundamente si cabe; una organización socialista que per-mita la autoemancipación integral y eficaz, frente a las alternativas de utopías individualistas o parciales. Una organización socialista, en definitiva, que constituya a la clase trabajadora en sujeto revo-lucionario en tanto tal clase, única posibilidad de emancipación real y de construcción de una sociedad socialista. Dibujos de José María Portee Cubierta y diagramación de J. M. Gómez y Méndez Ediciones Paideia, S.A.; Apartado de Correos 3.272; Madrid • Gráficas Color • Fotocompo-sición Martínez • Septiembre de 1978 ® Depósito Legal: M-27428-1978 • I.S.B.N. 84-85513-00-2. Colección Cuadernos